El mirista y el general
Sobre la huida del represor Iturriaga Neumann
por Ignacio Vidaurrázaga Manríquez, Rebelión
“A los 119 detenidos desaparecidos”
Sin poder nunca despedirse, huye acorralado. Tiene olfato para prever lo que le ocurrirá si cae en manos de la DINA. Porque cada nuevo día, significa contar las horas de sobrevivencia que le quedan. Esto no puede ser eterno. Son tantas y tan frecuentes las caídas, los puntos de contactos no cubiertos, mientras “el poroteo” recuerda la fragilidad humana ante la tortura. Las camionetas C-10 peinan Santiago, tragando hombres y mujeres con destinos inciertos. Así comienza a construirse esa monstruosidad futura: los detenidos desaparecidos.
Era muy difícil en ese tiempo, sustraerse a una sensación de desanimo y derrota, y también de inercia en lo cotidiano. Quizás, todo quedaba encubierto por la imposibilidad de hacer otra cosa que no fuera sobrevivir, pasar cada día, girar en redondo viéndose con otros en frágiles redes, con muy escasa información e ínfimos recursos de infra. La fortaleza o lo que quedaba estaba construida de una inusual mezcla de convicción acrecentada ante el terror y el miedo.
En esos tiempos se estrujaban recuerdos hermosos, luego de gritar a los cuatro vientos el pueblo, conciencia y fusil…portando palos de coligues y enfundados en parkas y chaquetones azul marino. Recuerdos del tiempo en que fuimos jóvenes y soñamos ese futuro más justo, para esa patria de mierda que parecía mirar de soslayo la suerte de sus hijas e hijos más jugados, en ese tiempo crítico.
Ni pensar en futuros. Menos en despedidas. Tampoco en imaginar desde esos hermosos veintidós otra vida posible. Los sueños de América Latina y Cuba, con el Che redentor de pobres. Los sueños construidos en tanta asamblea de la Feses o reunión en el Aplicación, los recreados en el cine Bandera y sus ciclos, los acariciados en los trabajos voluntarios en los alrededores del río Itata o el barro de Huechuraba. Todos esos sueños que costarían tan caro, tan demasiado caro.
Porque esa búsqueda era con todo y el prófugo, clandestino o subversivo nunca tuvo derechos, a nada, a nada. Y ni pensar en quedar vivo y tener que vivir el día siguiente de la tortura, de enfrentar el acido balance de culpas y olvidos, de pasar a ser el resultado de las casualidades y destrezas de tus interrogadores contigo y tus compañeros. Tampoco, tenías derecho a imaginar una cárcel, estación inalcanzable ante esas brigadas de carniceros.
Dolía todo, de tan solo pensar en el titular de “La Segunda” a comienzos de la tarde. ¿A quien le tocaría esta vez? ¿Qué falso enfrentamiento buscarían encubrir? No podía imaginar siquiera que faltaban pocos meses para que ese titular de los 119, lo incluyese también a él en ese siniestro listado.
El “Sol Rojo” o Miguel ya no estaba y la ruleta de la repre se acentuaba, y todo dependía de las circunstancias para sortear al guatón Romo y al Barba, de que cayera este o aquella y que el teléfono conocido no lo soltaran, ni tampoco se acordaran de la casa de los viejos. Constituyéndose todo en una telaraña difícil de sortear, donde parecía casi ineludible que a ti también te agarrarían. Porque, el no hay que asilarse hermano, sólo terminaría facilitando la cacería.
Porque lo sucedido al Baucha, advirtió muy tempranamente que detenido te perdías en un laberinto incierto. A veces, era mas simple que todo ocurriera rápido y aparecieras en un falso enfrentamiento, porque todo era preferible al relato fragmentado de cómo otros y otras te habían visto encuclillado y vendado, sucio y doliente en alguno de esos lugares secretos, hasta cuando ya no eras más y como vela te apagabas de todos. Para reaparecer años mas tarde convertido en foto de carné pegada en la pechera, escrito de recurso de amparo, ficha en la Vicaría o afiche de campaña y a partir de allí tu suerte se consolidaba y pasabas a ser esa extraña invención de ser un detenido desaparecido. O sea, algo así como quedar en el limbo del limbo, transformado en causa eterna y sirviendo para recordar a todos, y con porfía ser el testimonio que nada fue una pesadilla y que muy de verdad pasó lo que paso.
Si imaginaste alguna vez que con tus estudios de Agronomía podrías trabajar con los campesinos de un asentamiento, tras el objetivo de hacer producir tierra sin trabajar, todo eso ya había quedado tempranamente trunco. Han pasado veintidós años y ahora estas de nuevo en los diarios con esas mismas fotos, y tus amigos y amigas se refieren a ti y recuerdan esos últimos momentos, en una extraña superposición de tiempos, de vidas, de memorias. También, sería impensable que tú te acuerdes de la Bea, tu polola de entonces. Quizás, como consuelo, los que testimonian y conduelen están más viejos, mientras, tú permaneces siempre joven y bello, desde esa condición eterna que el derecho busca atrapar en jurisprudencias.
Ahora, es la fuga de tu asesino, lo que te repone en la memoria, paradoja impensada en el plan de un bravucón y retirado general. En tanto, ese general erre huye. Es un prófugo de la justicia. Lo persigue un comando que tiene responsable con nombre y apellido y que a rostro descubierto y por los diarios anuncia que lo detendrá, mientras da garantías que la operación será pacifica. Además, lo trata de señor, o sea, pese a todo no le quita derechos como ciudadano, persona y ser humano. Por sino fuera demasiado, su cazador se reúne con los familiares y les explica “la cacería”.
Días antes de pasar a la clandestinidad, el ahora general erre se ha despedido de familiares y de algunos amigos. Ha dado poder notarial a su hermano y se ha enterado por un semanario que en caso de ser detenido lo espera una cómoda cabaña que compartirá con un coronel erre descendiente de emigrantes rusos, todo ambientado entre limones y naranjos en la precordillera santiaguina. En un juego de opereta, deja un video que aporta a revelar que están allí, que se organizan y traman, que piensan exactamente igual y que todavía reivindican sus protagonismos en la “guerra sucia”, todo, mientras viven con jubilaciones del mismo Estado que los somete a proceso y enjuicia.
Lo que ocurrirá con el general erre, es absolutamente previsible de ser detenido, incluso desde ya conoce las condiciones del penal, sus horarios de visita y los rencores y distancias existentes entre sus exclusivos residentes. También ha leído, escuchado y visto la solidaridad de sus camaradas de armas. De los políticos de la UDI que presurosos lo justifican y entienden. Ha recibido con simpatía las tímidas y cuidadosas declaraciones del “complicado” general Izurieta. ¿Complicado con que? Porque las complicaciones pareciera ser que continuaran para él, porque ahora deberá explicar antecedentes desconocidos guardados hasta hace muy pocos años en sus archivos institucionales, referidos a los chequeos en Buenos Aires al matrimonio Prats-Cuthert, antes de la operación que les costara la vida.
Es cierto, no podrá cruzar la frontera hacia Argentina. Tiene encargos internacionales desde España e Italia y su foto esta profusamente distribuida. Además, es muy posible que ahora con Zacarach detenido, su búsqueda se intensifique. Recuerda su condición de comando, sus cursos, su trabajo de inteligencia, cuando tan tempranamente paso a integrar la DINA. Su participación en las operaciones en el extranjero, los intensos días de la Villa Grimaldi y la “Venda Sexy” donde se calentaba con mujeres vendadas y malolientes.
Ha decidido hacer un gesto, necesario para la causa de los suyos, hombres golpeados, divididos y desconcertados tras la muerte del Capitán General. Él sabe que hay quienes están dedicados a construir complicidades con los jueces investigadores a cambio de sustantivas rebajas de penas. Proceso imperceptible pero existente. Otros, confían aún en los pactos de secreto y lealtad. Cada vez son los menos, mientras muchos esperan hacerse viejos y que el paso del tiempo alivie sus groseras conciencias. Porque ahora cuesta tener trabajo o vivienda seguras con eso de los funadores activos. Incluso, ya hay casos de suicidio, legítimo recurso para sellar pactos de silencio y abreviar a sus familias sucesivos agravios.
Por todo eso, era necesario un gesto, su gesto. Hoy, no le resulta grato recordar ese tiempo en que como capitán le toco “el procedimiento” con ese mirista. Recuerda sus ojos de miedo y sus gritos mientras se enmierdaba amarrado en el somier y la taquicardia se lo llevaba de a poco. Los diarios señalan que a él -general de la República- le cuesta dormir tranquilo. Como sino pudieran imaginar que desde hace veintidós años que le cuesta conciliar ensueño, y que al igual que muchos las pastillas y otros añadidos sirven a la hora de alejarse de todos esos fantasmas.
Aquí finaliza esta historia.
Ahora, retornamos de golpe a las tibiezas y complejidades de esta época.
¿Tendrá cabida en el próximo Museo de los Derechos Humanos y la Memoria la cobardía de este y otros generales? ¿Podrá estar en una vitrina la cuota variable de verdad y justicia conseguida en nuestra Democracia? ¿Cómo exhibiremos la pena o el dolor de saber que te matan de a poco y que nunca más veras a los tuyos, cuando la vida recién comienza? ¿Cómo reflejaremos “el honor militar” de estos hombres que cambiaron el fusil por una bolsa plástica y la granada lanzada de frente por el trozo de riel y corriente eléctrica? ¿Estarán en la biblioteca del próximo Museo todas las tesis universitarias que se acrecientan y desde diversas disciplinas se escriben sobre la dictadura, quizás lejana en la cotidianeidad del Chile actual? ¿Podremos exhibir y conocer las vidas de otros generales y militares que fueron inmolados antes de traicionar sus juramentos y convicciones? ¿Dónde encontraremos la historia de los sobrevivientes, eternas viudas y viudos de esta fragmentada historia? ¿Podrá al fin reconocerse que aquí hubo Resistencia y clandestinidad tan honrada en la Europa ocupada? Este general prófugo, tiene hoy todas las garantías que el joven mirista nunca tuvo ayer. Seguro no arriesga ser un detenido desaparecido. Tampoco sus familiares estarán buscando responsables luego de veintidós años. Su cazador promete detenerlo pronto, sano y salvo.
Que así pueda ser.