Música recomiendo: Drexler Al otro lado del río (primero apagar música de fondo, baja un poco)


Hacia un NUEVO paradigma de CIVILIDAD !!!!!

lunes, 4 de febrero de 2008

Déjalo TODO y sígueme ..... Bendita Música ....

Todos podemos ser genios musicales!
La generalidad de los niños tienen el oído de un pequeño Mozart al nacer. Esta fineza auditiva les permite identificar las notas musicales con una precisión extraordinaria y como consecuencia poseen una entonación perfecta. La entonación perfecta es una destreza que poseen ciertas personas para distinguir una simple nota de la escala musical (do, re, mi, fa, sol...) sin ningún punto de referencia. Se dice que es un don muy raro, incluso entre los más reputados músicos.
Estudios llevados a cabo con niños hasta de tres años, muestran que cualquier persona nace con tan especial talento, que además constituye uno de los mecanismos más complejos de la arquitectura de aprendizaje de la que están dotados los niños, para comprender los contextos en los que se están críando, descubriendo regularidades y patrones distinguibles en el dominio auditivo, los que entre otras cosas, darán origen al lenguaje como sistema de coordinación conductual entre nosotros, los humanos.
Niños y adultos escuchamos y procesamos los sonidos de formas opuestas. Mientras que los pequeños son capaces de identificar muy bien los tonos absolutos, pero muy mal los relativos, los adultos –en general-- identificamos muy bien los relativos y pésimo los absolutos! Los tonos relativos constituyen los intervalos que se producen entre las notas --algo así como los silencios intercalados en el ruidero que taponea nuestros oídos-- y es a partir de ello que deducimos lo que escuchamos. En cambio los niños, que aún poseen oidos vírgenes a la contaminación sónica ambiental, escuchan naturalmente los sonidos puros --los tonos absolutos-- y por supuesto no captan los tonos relativos.
En la medida en la que se van integrando al mundo de los adultos, van perdiendo esta facultad y los sonidos comienzan a identificarse en su conjunto en lugar de hacerlo separadamente. Posteriormente transitan por una etapa en la que su atención se desplaza hacia los intervalos silenciosos... o tonos relativos. Algunos especulan que esta característica infantil se pierde porque es demasiado detallista para ser útil en la vida diaria... Los ruideros ambientales –las ciudades especialmente-- en los que vivimos no están para esta clase de finezas... Alguien se cree que necesitamos tantos Mozarts?
Los niños, aprenden detectando patrones y regularidades en el sonido ambiental, que posteriormente utilizan para hacer distinciones fenoménicas a partir de las cuales interpretan su medio y adquieren conocimientos operantes que les permitirá discurrir funcionalmente en dicho medio. Estas habilidades les permiten –por ejemplo-- definir dónde comienzan y acaban las palabras en una frase y lo hacen ya no a partir de los tonos absolutos, sino de los pequeños espacios de silencio, los cuales resultan más distinguibles dentro del océano de ruidos en los que navegamos los humanos “urbanizados”.
¿Por qué entonces la entonación absoluta constituye un estándar del sistema operativo cerebral, si se ha de perder a medida que se crece? Tal vez la respuesta radique en la complejidad adaptativa de dichos sistemas operacionales y sus dominios particulares dentro de nuestro cerebro... los cuales están jerarquizados como consecuencia de la necesaria modulación del interjuego con el medio ambiente (el contexto), que nos obliga a adaptarnos o perecer –típico fenómeno evolutivo--, es decir que –los citadinos-- escucharemos mejor los silencios, para no quedarnos sordos con el ruido de la ciudad...
La entonación absoluta es una forma de categorización sonora refinada, tanto que si sólo conociéramos esta forma de entonar no se podría generalizar ningún sonido, especialmente en los medios urbanos farragosos y ruidosos. En cambio en los medios muy poco ruidosos la categorización fina de sonidos es una necesidad. Tal vez era el modo cómo advertíamos la proximidad de algún peligro en nuestros medios primigenios (el siseo de una víbora o el ronroneo de un tigre dientes de sable...), que en los zoos humanos de la actualidad no hacen ninguna falta... sólo tenemos que esquivar coches y otros peatones desconocidos que nos pueden atropellar por su prisa, en medio de un ruidero infernal.
De otro lado, el oído es nuestro sentido emocionalmente más potente, mucho más que la vista... es el primero que utilizamos en el claustro materno, cuando apenas empezamos a tener conciencia del vivir y del contexto en el que estamos insertos. Los sonidos son nuestro primer contacto con el mundo exterior. Aprendemos a oir antes de nacer y de ver, oler, saborear o tocar por primera vez. Cuando la madre oye un sonido o una melodía que le produce emociones –positivas o negativas--, segrega sustancias que nos afectan ya en el claustro materno, así aprendemos a reaccionar al oír cualquier sonido externo.
La discapacidad neuronal que impide conectar la música con las emociones se conoce como “amusia” y es una condición disfuncional severa, que empobrece nuestro aprendizaje y el discurrir por la vida. El oído es la mayor fuente de emociones para el ser humano y como tal, tiene mayor poder asociativo, empático o sugestivo que la imagen, el gusto, el olor o el tacto. Uno puede tener un oído excelente, incluso oído absoluto (la capacidad de identificar una nota sólo por su sonido), y padecer amusia...
Las mas “bellas melodías” que solemos retener en nuestra mente, están asociadas a los seres que más queremos y bastará que las escuchemos para sentir emociones positivas, aunque ellas (o ellos) no estén. La música no es la realidad: Fernandita no está ya, pero la canción sí está y la emoción que me provoca es absolutamente real. Si quiero ponerme contento, bastará que tararee mentalmente la canción que escuchaba cuando ella hablaba conmigo, con esa voz y ése tono... de aterciopeladas y perfumadas lilas. A este uso práctico del poder emocional de la música se le denomina evaluación cognitiva.
El mecanismo de una canción de cuna es el mismo del habla en cualquier cultura: la ira o la violencia gritan y asustan, mientras el cariño y la ternura susurran con amorosa dulzura. Las melodías lentas y con cadencia descendente en general apaciguan y las ascendentes estimulan. El sentido auditivo resulta así el más empático de nuestros sentidos. Pueda que no nos emocione una imagen dramática, pero no podremos evitar conmovernos al oír el llanto - o la risa- de un niño tierno.
La melodía nos resulta más grata cuanto menos esperada sea la nota siguiente y es por ello que una buena canción nos sorprende, pero escucharla demasiado nos incomoda. Cuanto menos previsible sean la estructura y las diversas partes de la melodía, más emoción logra suscitar en nosotros. Si escuchamos una escala ascendente, esperamos una nota ascendente también, pero si de pronto nos sorprende una tonalidad grave inesperada, se gatilla una emoción... y la música se nos hace novedosa y grata.
Como cada oyente tiene experiencias auditivas previas, cada cual reacciona a su modo. Hay una música también para cada imagen. Tras un pasaje recurrente, el flujo de los sonidos evoca imágenes visuales. Es uno de los más sorprendentes y evocadores poderes de la música: crear imágenes visuales en nuestra corteza neuronal. No sólo lo logra la música clásica, incluso el tenue sonido de las hojas --que provoca el céfiro cuando sopla sobre una mata de guineo-- puede hacernos ver a un ser ausente y querido. Al oírlas sentiremos que ella está, invitándonos un tintico de café humeante... mientras sonríe con dulzura.
Un acorde disonante nos dispara la adrenalina (el ganzo Pimberto atacando al cartero!). Luego esa voz de terciopelo, como de chelo en un vibrato, nos pone blanditos y tristones (voy a misa... retornaré en un par de horas... deseas más café?). Tarareamos su canción preferida y la música nos descubre una selva tupida y lujuriosa... recorrida por un sendero tropical adornado de orquídeas y cafetos en flor, donde habíamos amado hasta el vértigo... a la dueña de nuestro corazón!
David Salazar

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