Recuerdo nuestra primera pelea hacia finales del neolítico […] siguiendo el consejo del médico, había tirado las píldoras por el retrete, entendí que primero había que hacer honor a la cama y luego a la cocina neolítica. […] había tenido la fuerza estimulante con las cocineras que hay en mi, siempre que tempotransitaban […] le hablé de Aya y de sus tres pechos. Créeme Ilsebill: tenía tres. La naturaleza puede hacer cualquier cosa. Palabra de honor: tres pechos. Sin embargo no era la única. Todas tenían tres. Y, si no recuerdo mal, todas se llamaban neolíticamente así: Aya-Aya-Aya. Y nosotros nos llamábamos Edek como un solo hombre. […]
Está bien. De acuerdo: cuando tanteo en el aire busco ese tercer pecho- Seguro que no soy el único. Tiene que haber una razón para que los hombres estemos tan obsesionados por los pechos, como si nos hubiesen destetado demasiado temprano. […]
Aunque vendría a mano suponer que todas ellas, las cocineras que hay en mí (nueve u once) no son más que un hermoso complejo y un caso corriente de fijación materna exagerada, maduro para el diván y poco adecuado para absorber el tiempo en consejas junto al fuego, tengo que insistir en sus derechos de mis realquiladas: las nueve quieren salir y aparecer con su nombre desde el principio […]
La primera cocinera que hay en mi –porque sólo puedo hablar de la cocineras que hay en mí acurrucadas, luchado por salir- se llama Aya y tenía tres pechos. Era de la edad de Piedra. Los hombres no pintábamos gran cosa, porque Aya había robado al Lobo del Cielo para nosotros el fuego, tres pedacitos de carbón al rojo, escondiéndolos en algún lado, quizás bajo la lengua. Luego, como sin darle importancia, había inventado el asador y nos había enseñado a distinguir lo crudo de lo cocido. El yugo de Aya era suave: las mujeres de la Edad de Piedra, después de haber amamantado a sus pequeños, daban el pecho a los hombres de la Edad de Piedra hasta que estos dejaban de patalear y de exudar ideas fijas y se quedaba tranquilos-amodorrados: útiles para toda clase de usos ....
(El Rodaballo, Günter Grass- Plaza & Janés, S.A. Editores)
Está bien. De acuerdo: cuando tanteo en el aire busco ese tercer pecho- Seguro que no soy el único. Tiene que haber una razón para que los hombres estemos tan obsesionados por los pechos, como si nos hubiesen destetado demasiado temprano. […]
Aunque vendría a mano suponer que todas ellas, las cocineras que hay en mí (nueve u once) no son más que un hermoso complejo y un caso corriente de fijación materna exagerada, maduro para el diván y poco adecuado para absorber el tiempo en consejas junto al fuego, tengo que insistir en sus derechos de mis realquiladas: las nueve quieren salir y aparecer con su nombre desde el principio […]
La primera cocinera que hay en mi –porque sólo puedo hablar de la cocineras que hay en mí acurrucadas, luchado por salir- se llama Aya y tenía tres pechos. Era de la edad de Piedra. Los hombres no pintábamos gran cosa, porque Aya había robado al Lobo del Cielo para nosotros el fuego, tres pedacitos de carbón al rojo, escondiéndolos en algún lado, quizás bajo la lengua. Luego, como sin darle importancia, había inventado el asador y nos había enseñado a distinguir lo crudo de lo cocido. El yugo de Aya era suave: las mujeres de la Edad de Piedra, después de haber amamantado a sus pequeños, daban el pecho a los hombres de la Edad de Piedra hasta que estos dejaban de patalear y de exudar ideas fijas y se quedaba tranquilos-amodorrados: útiles para toda clase de usos ....
(El Rodaballo, Günter Grass- Plaza & Janés, S.A. Editores)
1 comentario:
Es tan bonito es bló. Se agradece eso. Me mantengo informada y atenta.
Te debo una llamada y una visita.(no lo olvido)
Abrazos
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