Arqueólogas como María Gimbutas estuvieron entre las pioneras en alzar la voz contra sus colegas masculinos que aseguraban que las figuras femeninas encontradas eran simplemente “objetos de adorno”. Ella sabía que en las inquietantes dóminas esculpidas en arcilla o piedra escondían algo mucho más valioso. Sin duda se trataba de instrumentos de uso ritual que ponían al descubierto una verdad no muy apreciada por los hombres que ejercen poder: el reconocimiento de que en el principio de los tiempos la humanidad rendía culto a una Deidad Superior Femenina: La Diosa, La Luna, La Madre Tierra, e incluso para algunos pueblos, “La Madre Sol”.
Las Venus de Willendorf, Menton y Lespugne, así como las sacerdotisas con cabeza de pájaro encontradas en la Mesopotamia, Egipto y Chipre, por citar solo a algunas, regresaron de su largo exilio para reclamar una sabiduría que fue relegada durante milenios. Para la analista jungiana Jean Shinoda Bolen, la pérdida del paraíso fue en realidad la pérdida de la “Madre”, lo cual se consolidó en una pérdida de nuestra naturaleza mítica cuando la Inquisición mandó quemar aproximadamente a unos 9 millones de mujeres, en lo que fue el genocidio más grande en la Historia de la Humanidad.
Las Venus de Willendorf, Menton y Lespugne, así como las sacerdotisas con cabeza de pájaro encontradas en la Mesopotamia, Egipto y Chipre, por citar solo a algunas, regresaron de su largo exilio para reclamar una sabiduría que fue relegada durante milenios. Para la analista jungiana Jean Shinoda Bolen, la pérdida del paraíso fue en realidad la pérdida de la “Madre”, lo cual se consolidó en una pérdida de nuestra naturaleza mítica cuando la Inquisición mandó quemar aproximadamente a unos 9 millones de mujeres, en lo que fue el genocidio más grande en la Historia de la Humanidad.
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