Existe mucha información sobre la crisis socio-ambiental que nos afecta a nivel planetario. Pero basta conectarse con la realidad para sentir que está pasando algo grave y estamos en una encrucijada. Hoy, somos alrededor de 6 mil 700 millones de seres humanos los que habitamos la Tierra. Según el Informe 2007 de la WWF, ya hemos sobrepasado aproximadamente en 30% la capacidad de carga del planeta y para 2050, de seguir las tendencias desarrollistas, necesitaríamos otra Tierra para sustentarnos algo que evidentemente no tenemos.
James Lovelock, padre de la teoría Gaia, afirma que la autorregulación biosférica emerge bastante después de la aparición de la vida en la Tierra, cuando ésta alcanza un cierto nivel de complejidad y de cobertura planetaria; recién entonces se logra la cooperación entre lo físico, lo químico y lo viviente necesaria para sostener la continuidad de la biosfera. Dependemos vitalmente de la integridad biosférica: necesitamos las cuencas, los ecosistemas, los bosques, los humedales, los océanos vivos. Si queremos regulación climática y de otras variables fundamentales para la supervivencia de la biosfera y la humanidad no sólo debemos conservar y proteger, sino que restaurar ecosistemas.
La humanidad es el "cuarto elemento" que entra en juego en esta danza entre lo físico, químico y viviente. Hoy, nuestro rol es determinante para los equilibrios biosféricos, por nuestros números y entrópicas tecnologías. De modo incomprensible, en los últimos siglos nos hemos dedicado con una industriosidad sorprendente a desgarrar y erosionar de muchas formas el tejido de la vida, poniendo en riesgo la sustentabilidad de la actual biosfera. Esto no es una novedad en la historia humana. En el pasado, tal como estudia con minuciosidad Jared Diamond en su investigación "Colapso", muchos pueblos sucumbieron. Pascuenses, mayas, anazasis pero estos colapsos fueron locales. Según este autor, dos factores son siempre determinantes en estos procesos de decadencia: el ecológico y el cultural; es decir, lo que sucede en la bendita mente humana. El colapso que se cierne ahora podría ser global por la escala de destrucción que estamos causando. Constituye un misterio y una paradoja, pero los humanos fácilmente desarrollamos puntos ciegos sobre los imperativos ecológicos y éticos que deben regir el comportamiento entre nosotros. Ambos imperativos están relacionados en forma viciosa o virtuosa.
Debemos darnos cuenta de que los colapsos causados por el ser humano son evitables. Hemos tenido y aún tenemos todas las posibilidades y todos los recursos para sumarnos al potencial homeostático natural, al equilibrio dinámico sostenible en el tiempo que alcanzan los ecosistemas y biorregiones. Muchos pueblos en el pasado lo han logrado por largos períodos y muchos de ellos han sido arrasados por vecinos entrópicos; si no estos arraigados quizás todavía estarían con nosotros y podrían enseñarnos cosas de hecho algunos lo están, pero lejos de la hecatombe urbana, del hoyo negro del crecimiento ad infinitum.¿Qué necesitamos para lograr este estado sinérgico? Comunidades, en vez de sociedades anónimas; arraigo y pertenencia en ecosistemas, en regiones, en localidades ambientalmente armoniosas; autosuficiencia alimentaria sobre la base de una agricultura orgánica; descentralización, desarrollo local, comunal, regional y que el poder social esté ahí en la base, diseminado; necesitamos tecnologías apropiadas, creativas, extremadamente inteligentes, a escala humana y ecológica, que imiten las tecnologías de la naturaleza. Todo esto es viable.
Hoy, lo que se está haciendo, en el nombre de un desarrollo que paradójicamente nos está destruyendo, es transformar el capital natural, social y humano en capital financiero que se concentra en manos de 10% de la población del planeta. Esto no es sustentable ni social ni ecológicamente. El sistema está orientado a maximizar el capital, la torta, que siempre viene de la explotación de la naturaleza. La naturaleza no busca maximizar nada, sólo optimizar. Es imperativo reducir la torta, la producción y el consumo y redistribuir equitativamente. No hay otro camino al bienestar humano y biosférico. Es necesario transitar de la obsesión con lo material y lo cuantitativo a cultivar la calidad en todos los ámbitos.Esto es directamente extrapolable al tema energético. La meta debe ser producir lo justo para las necesidades reales de todos y no maximizar la producción y la oferta para el negocio de unos pocos. Luego, maximizar la eficiencia en el uso de esta energía cuya generación, con las tecnologías actuales, tiene altísimos impactos ambientales. El proyecto de Endesa y Colbún en la Patagonia chilena es más de lo mismo que nos está llevando al colapso. Sería un paso gigante en la dirección equivocada. Podemos y debemos hacer las cosas mejor, y bienvenida la innovación, que acate los imperativos ecológicos y éticos. Es un deber y un honor participar en la defensa de nuestra Patagonia y contribuir a que el país enmiende el rumbo en su desarrollo energético y su desarrollo en general. Lo que está en juego es todo.
Por Juan Pablo Orrego, Coordinador de Ecosistemas
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