Cristo bien pudo haber transfigurado
su cuerpo y su sangre
no en pan no en vino
sino en un diamante
en una flor
que sólo crece en las cumbres de altas montañas
en una cifra secreta y mágica.
Diamante valioso y rutilante
que encandila la mirada.
Flor escasa
para que el hombre escalara hasta la cumbre
y aprendiera el esfuerzo de la constancia.
Cifra secreta
para que sólo la comprendieran
los sabios los magos los letrados.
Pero Cristo escogió el pan y el vino
porque el pan y el vino están
en la mesa de los humildes y pobres y sencillos
que nunca tendrán diamantes
que no harán montañismo
que no creen en la sabiduría de los sabios
pero que están llamados
a construir El Reino.
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