UN CONSTANTE GALLITO con la muerte supone para Luis Poirot (68) sacar fotografías. Con la vista machacada desde niño, cuando las ampliaciones de la última exposición ("Cultura de taller") se cuelguen simultáneamente en el Espacio ArteAbierto de Fundación Itaú y la Corporación Cultural de Las Condes, un pedazo del retratista encontrará sosiego en el blanco y negro.
Para entenderlo hay que evocar un mediodía en la playa. El fotógrafo tiene ocho años y tumba la cabeza en las piernas de su abuela. La mujer unta algodones en la taza de té para despegarle los ojos. En una pieza oscura, ambos susurran canciones en francés. "Amanecía con la vista cubierta de secreciones. La luz me hería y me mandaban a la playa", confiesa Poirot con una nostalgia galopante y tras haber superado, sólo hace algunos años, un cáncer lacrimal que le prohibe volver a entrar en el cuarto de revelado. Sentencia que, por cierto, no cumple. "Yo debería hacer digital, pero mi corazón no lo resiste. Entonces me pongo mascarilla, me pongo anteojos, trato de trabajar pocas horas. Entrar al laboratorio me cuesta la vida", dice cerrando los párpados, como si desde algún lugar sus amigos muertos le hablaran.
Para entenderlo hay que evocar un mediodía en la playa. El fotógrafo tiene ocho años y tumba la cabeza en las piernas de su abuela. La mujer unta algodones en la taza de té para despegarle los ojos. En una pieza oscura, ambos susurran canciones en francés. "Amanecía con la vista cubierta de secreciones. La luz me hería y me mandaban a la playa", confiesa Poirot con una nostalgia galopante y tras haber superado, sólo hace algunos años, un cáncer lacrimal que le prohibe volver a entrar en el cuarto de revelado. Sentencia que, por cierto, no cumple. "Yo debería hacer digital, pero mi corazón no lo resiste. Entonces me pongo mascarilla, me pongo anteojos, trato de trabajar pocas horas. Entrar al laboratorio me cuesta la vida", dice cerrando los párpados, como si desde algún lugar sus amigos muertos le hablaran.
"Eso es lo terrible y maravilloso del fotorretrato, te conviertes en un panteón de memoria. Cuando veo negativos me doy cuenta de que estoy lleno de presencias que están pululando en esa pieza y que convoco. Hay algunos que no quieren venir, experiencias casi dolorosas como traer al papel a Enrique Lihn, el balcón de La Moneda o Víctor Jara. Tiene que ver con el afecto y con cómo dejaron de existir. También con que has fotografiado recuerdos tuyos", agrega.
1 comentario:
me gustomucho tu historia.
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