Y sí le pediría a la Diosa por ti.
Y sin embargo debo confesarte que no sé si el Tao operaría en tu camino.
Qué hacer a continuación para saber que nuestras disquisiciones llegaron a buen término justo cuando decidiste hacer proyecto con alguien a tu lado, que por ejemplo ya no era necesaria tu postura de inaccesible o que mi anhelo de irreductibilidad con los otros ya no servía porque se había materializado un lazo como para sospechar un final feliz, aunque fuese tu final y no el mío.
Las huellas de esa lluvia de interrogantes mientras caminábamos felices por La Vega aún me acompañan. Casi te dije que había que restarse un poco, guardar nuestro corazón para mejores empresas porque de tanto pasearlo y exponerlo le estábamos permitiendo gobernarnos como un tirano cualquiera. Insistíamos en ser guerreros.... Animándonos a vivir la soledad como un regalo indeterminado y pasajero. Y el silencio de mierda cuando me decías que necesitabas que alguien te amara. Mientras algo en mí se retorcía producto del mismo clamor. Me creía más fuerte, ése era mi estúpido patrimonio.
Tanto cargosear con el misterio de esta vida, que coincidía a veces y nos encontraba derrumbados en orillas distantes, llenas de pájaros en el corazón de cada uno.
Nov. 25, 2002
¿Te acuerdas cuando me dijiste que los domingos la existencia sabía triste?. Yo te dije que, en mi caso los sábados de noche mi cama se transformaba en una nave solitaria hasta la mañana del domingo en que despertaba mirando la almohada del lado vacía, tanto o más que mi alma cuando se hacía patente que no había un compañero.
Y esa infinidad de veces en que soñábamos que nuestras habitaciones se abrirían para mágicamente permitir que te instalaras en mi cama, o yo partir a la tuya, para jugar a apretar el botón que nos llevara al abismo si decíamos tonterías indebidas que pusieran al otro en aprietos. El ring de cuatro perillas le decíamos. Y nos reíamos tanto, tanto.
Tu voz, te lo dije tantas veces, era la promesa de la consistencia. El registro de la dulzura que no alcanzó a desbaratar mi miedo a tu amor. Me amenazabas, una y otra vez. Mientras yo, al otro lado del hilo telefónico sonreía, pensando que era cuestión de tiempo.
Pero ese tiempo se nos agotó. Y sin embargo nos quedará siempre lo otro: no renunciar a ser tu compañera de banco, la enana que te necesita para que le lleves su bolsón.
La que de todos modos querrá compartir su manzana agusanada contigo. Más allá de la contingencia del amor.
Y sin embargo debo confesarte que no sé si el Tao operaría en tu camino.
Qué hacer a continuación para saber que nuestras disquisiciones llegaron a buen término justo cuando decidiste hacer proyecto con alguien a tu lado, que por ejemplo ya no era necesaria tu postura de inaccesible o que mi anhelo de irreductibilidad con los otros ya no servía porque se había materializado un lazo como para sospechar un final feliz, aunque fuese tu final y no el mío.
Las huellas de esa lluvia de interrogantes mientras caminábamos felices por La Vega aún me acompañan. Casi te dije que había que restarse un poco, guardar nuestro corazón para mejores empresas porque de tanto pasearlo y exponerlo le estábamos permitiendo gobernarnos como un tirano cualquiera. Insistíamos en ser guerreros.... Animándonos a vivir la soledad como un regalo indeterminado y pasajero. Y el silencio de mierda cuando me decías que necesitabas que alguien te amara. Mientras algo en mí se retorcía producto del mismo clamor. Me creía más fuerte, ése era mi estúpido patrimonio.
Tanto cargosear con el misterio de esta vida, que coincidía a veces y nos encontraba derrumbados en orillas distantes, llenas de pájaros en el corazón de cada uno.
Nov. 25, 2002
¿Te acuerdas cuando me dijiste que los domingos la existencia sabía triste?. Yo te dije que, en mi caso los sábados de noche mi cama se transformaba en una nave solitaria hasta la mañana del domingo en que despertaba mirando la almohada del lado vacía, tanto o más que mi alma cuando se hacía patente que no había un compañero.
Y esa infinidad de veces en que soñábamos que nuestras habitaciones se abrirían para mágicamente permitir que te instalaras en mi cama, o yo partir a la tuya, para jugar a apretar el botón que nos llevara al abismo si decíamos tonterías indebidas que pusieran al otro en aprietos. El ring de cuatro perillas le decíamos. Y nos reíamos tanto, tanto.
Tu voz, te lo dije tantas veces, era la promesa de la consistencia. El registro de la dulzura que no alcanzó a desbaratar mi miedo a tu amor. Me amenazabas, una y otra vez. Mientras yo, al otro lado del hilo telefónico sonreía, pensando que era cuestión de tiempo.
Pero ese tiempo se nos agotó. Y sin embargo nos quedará siempre lo otro: no renunciar a ser tu compañera de banco, la enana que te necesita para que le lleves su bolsón.
La que de todos modos querrá compartir su manzana agusanada contigo. Más allá de la contingencia del amor.
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